domingo, 16 de octubre de 2011

El árbitro siempre tiene razón.


El rugby, como deporte, tiene características que lo diferencian con los otros deportes. No me refiero a las características reglamentarias o técnicas como pasar la pelota para atrás o la ley del off-side o las formas lícitas de contacto que ampara sino a todo lo demás, todo lo que pasa por fuera y alrededor de la cancha. Es muy bien conocido por todos aquel viejo adagio que dice que el rugby es "una forma de vida". Dicho de otro modo, el rugby tiene su propia moral, su modo de comprender la vida, vida que comprendida desde la experiencia de ser jugador de rugby, en actividad o no, está permanentemente influida por esa moral, ese conjunto de normas y valores. Esto es una realidad tan clara que los rugbiers estamos plenamente convencidos de ella, comprometidos con ella en todos los minutos de nuestras vidas. Dudo que exista otro deporte que comparta estas características, donde lo más importante no termina siendo el juego en sí mismo sino la experiencia vital de estar íntimamente relacionado a él, de vivir bajo sus normas, jugando o no jugando, en actividad o no. Este caracter hace que en el diccionario del rugby no exista la palabra "exjugador", no hay exjugadores; hay jugadores en actividad y jugadores no activos, nada más.
Una de las diferencias más notables que presenta el rugby es el respeto por la autoridad, representada por los árbitros. En el rugby, el árbitro es comprendido como una persona que también juega, como un jugador más, no como un enemigo, en el mejor de los casos, o como la simple síntesis de un reglamento que está corporizado y con un silbato en la mano, rigiendo con estricta rectitud el devenir del juego, en el peor de los casos. Al igual que no se le habla al adversario, tampoco se habla con el árbitro porque es totalmente fútil e innecesario. Se entiende que hace su mejor esfuerzo por llevar adelante de un modo ecuánime el desarrollo de un partido. Todo esto, en el rugby, es así... o era.
En los últimos años este respeto por la figura del árbitro se ha venido desgastando, haciendo que en algunas tristes oportunidades nuestro juego se parezca más a otros menos caballerescos de balón esférico y camisetas brillantes. Algunos piensan que esto es debido a la crisis de valores que se vive en la actualidad (no entiendo bien qué significa esto) o simplemente a que los maleducados abundan y suelen aparecer por todas partes. Personalmente, creo que la causa de esto es más bien simple: si no sabemos transmitir los valores de este juego, con el correr del tiempo no habrá valores. Y lo que estamos viendo es la evolución natural de la "destradicionalización" del rugby, que nada tiene que ver con cuestiones de "conservadores" y "progresistas" que abundan en la política sino con la falta de compromiso de entrenadores y líderes de los clubes por comportarse decentemente y exigirle a sus jugadores que hagan lo mismo.
Hace un par de semanas presencié un partido de cadetes (M-18). A los 3' del primer tiempo y con el partido 0-0, el entrenador de uno de los equipos, de aproximadamente 35-40 años de edad, comenzó a gritarle al árbitro frases como "¿qué pitas (cobras)?" o a hacer comentarios del tipo de "pero a este de dónde lo sacaron...", naturalmente a los gritos. Es digno de mencionar que las observaciones que le hacía a sus jugadores eran del mismo nivel, en las que abundaban las palabras "cojones", "culo", "subnormal" y demás lindezas literarias. El espectáculo no terminaba ahí. Otro entrenador o padre de un jugador que andaba por ahí ante un fallo que le pareció injusto se despachó con una retaila de insultos y el inevitable "¿qué pitas? La diferencia fue que en esa oportunidad, el entrenador del otro equipo le explicó lo que había pasado y lo que decía el reglamento. Por supuesto que el personajón insultador quiso sostener su error con fundamentaciones varias. El partido terminó con una diferencia de 40 puntos en contra de los insultadores. Seguramente, volvieron a su casa diciendo que habían perdido por el árbitro.
Esta anécdota es una más de miles que vemos cada fin de semana en los campos a todo nivel y en todas las edades y que creo que representa cierto nivel de decadencia del rugby. No es posible hacer un juego leal, disciplinado, de calidad (porque una cosa sí implica la otra) si no aprendemos a respetar a propios y a ajenos, incluyendo en este grupo a los árbitros. Lo voy a poner más claro: si queremos jugadores de calidad, necesitamos primero formar personas de calidad. El rugby comienza con "R" de "Respeto". No creo que sea casual.

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