viernes, 13 de enero de 2012

¿Para qué entrenamos a nuestros jugadores?





Desde hace unos meses me encuentro en la alegre tarea de entrenar un equipo de Cadetes, una Menores de 18. Realmente, es una tarea alegre porque a pesar de las amenazas y advertencias de varios compañeros del club acerca de la dificultad de entrenar un grupo de jugadores de esta "crítica" edad, la adolescencia, no he tenido mayores inconvenientes. Todo lo contrario, el trabajo que uno hace desde todo punto de vista, técnico y humano, se ve claramente reflejado en el equipo y en cada individuo. La tarea que iba a ser ardua en cuanto al manejo del grupo es amable.
Hay una cuestión que siempre me preocupó y para la que no creo haber encontrado una respuesta definitiva. Se define con la pregunta "¿para qué los estoy entrenando?". No es una pregunta personal, no me pregunto "para qué" en cuanto a mi interés sino en cuanto al de los jugadores. Visto de otra manera, y para que quede más claro, lo que pregunto es:
¿entreno a este equipo para que gane?, ¿entreno a este equipo para que obtenga su mayor rendimiento en el próximo partido?
Durante mi vida deportiva aprendí que el triunfo, el verdadero, el trascendente (por lo menos a nivel personal), el que nos hace conocer la gloria deportiva, es el que se dá cuando uno llega al primer equipo del club. Todas las instancias previas, incluyendo ganar el campeonato local de una categoría infantil o juvenil es intrascedente frente a la obtención de un ascenso de categoría o un campeonato con la Primera del club. Son situaciones incomparables.
De esa experiencia aprendí que todo cobra sentido en los últimos años de nuestra vida deportiva/competitiva, que el tiempo que hayamos perdido intentando ganar partidos en categorías juveniles o infantiles, si fue a expensas de perder el tiempo en mejorar nuestra capacidad técnica y táctica como jugadores, fue tiempo perdido. Gloria efímera.
Estoy convencido que debemos entrenar a nuestros más jóvenes jugadores para prepararlos para su llegada al primer equipo (Senior) del club. Esa es la meta. Esto, que se dice fácil y que muchos dirán que es lo que hacen desde hace años no es lo que habitualmente se ve en los campos de juego. Cada vez que a un jugador o a un árbitro se lo increpa a gritos, se lo insulta, conducta habitual de muchos entrenadores y padres, se está tirando abajo ese principio, esa decisión. Porque el mensaje que se transmite es "quiero ganar hoy". Ni que hablar de las implicancias que esto tiene en cuanto a la transmisión de principios, valores y conductas, de la educación de la persona humana por sobre el jugador. Nefasto. Pero sólo hablando de lo técnico, manteniéndonos dentro de esa pequeña parte de las funciones de un entrenador, si logramos tener claro que nuestro esfuerzo debe esperar a que los jugadores lleguen al plantel superior del club para ver los resultados, sólo así, podremos mantener una conducta coherente y constructiva. Está claro que no es lo mismo ganar o perder, pero no es lo más importante. Por lo menos no mientras nos refiramos a competencias formativas. Nuestro objetivo debe ser formar jugadores de Primera División, o por lo menos intentarlo. Nuestras decisiones como entrenadores de rugby base, juvenil o infantil deben estar marcadas por ese precepto.

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